¡Salud!
Hubo una era
en la que no fue posible
viajar en el tiempo
en base a reconstrucciones verosímiles
de prótesis mentales,
menos mal que después se inventó la escritura.
Te tomás tus licencias y, aprovechando la configuración avanzada de tu RECREADOR VERTICAL®, destensás el umbral de fidelidad histórica solo por repasar el aroma de las carquejas en flor. (Le das al botón de encendido.)
Con los zapatos nuevos, al pie del edificio, bajo el tibio sol que te besa la frente estás vos que vas, con los pómulos turgentes. Ves en los ojos de los otros cómo se te refleja la sonrisa. De limón y miel, estás hecho un té riquísimo en otoño luminoso. Sonás a hoja seca, y no es por vos -lo tenés claro-, sino más bien porque te trae un viento que te excede.
-¡Buenas tardes! -decís al franquear la puerta y saboreás el aroma a nuevo que emanan tus zapatos de estreno, presenciás -decime si no-, el olor a madera del piso. Cada paso tuyo suena a tambor y disfrutás de la gravedad no simulada y sin pixelados. Traés un atado de carquejas en flor que pensás regalar, aunque tu abuelo siempre haya insistido en que esa costumbre no existió en el Montes de principios de siglo.
-¡Pasá! -te dicen.
(Te sumergís a pleno en la experiencia de la simulación.) Caminás hasta la mesa, y una tertuliana te ofrece una silla, ella misma recibe de tu parte, no sin contrariedad, el ramo. Y una vez más constatás que charlar en el RECREADOR VERTICAL® bajo los parámetros culturales de aquella época y en ese pueblo no tiene desperdicio.
Así es que te dejás hamacar por las ocurrencias, como el choque de ondas en un estanque, hasta que sentís el escozor en las narinas y estornudás. (Te parece increíble que se pueda reproducir con tal fidelidad los pólenes y polvillos suspendidos en el aire de aquel tiempo.) Volvés una y otra vez a la experiencia, nunca lográs identificar el alergeno; lo cierto es que ya ni lo buscás. Solo volvés una y otra vez a aquella luz que había en la Casa de la Cultura de Montes durante las primeras décadas del XXI.
Llegaste la primera vez repasando una anécdota del abuelo, él decía que su alergia tuvo origen en aquellos días cuando asistió a esos talleres literarios. Acariciás el borde de la libretita y corroborás el lápiz en el bolsillo. Te llegan las palabras, la alergia ya no importa. (Le das al botón de apagado.)