Algunos incluso lucían maravillosos

 Despertó con el eco de que barritaban máquinas. En el estómago una sensación como de haber perdido pie ante una ausencia de piso que no era tal pero que se sentía tanto como si no hubiese ya piso ni nada. Un espanto chiquito y lento como estría de soledad que se ensancha ante Lo Otro, dicho así en general y sin reparos razonables de ningún tipo. 

De buenas a primeras: cualquiera otredad hoy ya estaba más lejos. Y esto lo acabó de comprobar cuando lanzó los pies fuera de la cama y se percató de que su nariz era ahora enrome de goma redonda y roja. La palpó y sonó a bocina. Nunca volvería a ponerse zapatos a medida. Ya no habría más dilaciones, el cuerpo se le había sincerado. 

Cosió retazos flúo a un viejo saco y se fue haciendo galopas laterales con diestras zancadas rumbo al trabajo. Ahora de solo ir yendo, se la iban viniendo nuevas lecturas para las cosas. Intuyó formas novedosas de sopesar tesituras propias y ajenas y vio que había otros. Algunos incluso lucían maravillosos y coloridos trajes a medida con margaritas en el bolsillo que tiraban chorritos de agua. Los demás apenas la cara empolvada.

Se detuvo bajo el pabellón patrio antes de entrar, sin buscar su sombra y aprovechando la caricia de un viento se quitó la gorra. Aquel sofisticado gesto de cortesía fue comprobante suficiente de su asertivo criterio y le otorgó sobradas credenciales entre quienes ostentaban narices todavía normales. 

Mientras entraba, con la distracción de sentir las gotas de transpiración recorriendo su espalda, puso un pie en el escalón y hubo una sensación de pastel en la cara. Luego le apretaron la nariz, alguien que empuja y una repentina luz cenital. "Tiene que continuar", se sentenció. 

Y pudo oírse con total claridad un lejano barritar de máquinas.